Pepito Grillo

2 de enero de 2013
Desde que comenzó esta “dichosa CRISIS”, un día sí y otro también, nos bombardean políticos y medios de comunicación con que hay que reducir el déficit a los límites tolerables marcados por el Fondo Monetario y por la Unión Europea. Un bombardeo tal que con ello han conseguido sembrar en casi toda la sociedad un auténtico pavor a decir “basta ya”. Al parecer quieren hacernos culpables de todas y cada una de las barbaridades, dispendios y tragaldabas que la clase política ha cometido, haciéndonos creer al resto de los mortales que vivimos por encima de nuestras posibilidades.

Ellos no entonan para nada un “mea culpa”, los culpables son siempre otros, pero ¿quiénes son los que hicieron las Leyes, Reglamentos y Reales Decretos a imagen y semejanza de chanchullos, recalificaciones y pelotazos? ¿quiénes inventaron la famosa plantilla de eventuales (asesores) en las Administraciones Públicas, que ha servido de coladero inmenso para evitar lo que constitucionalmente debería ser sagrado: igualdad, mérito y capacidad?

Desde que recuerdo, y son muchos los años que presto mis servicios a la Administración, lo público es sinónimo de igualdad, calidad y solidaridad; es y será siempre el pilar que garantiza la objetividad frente a la subjetividad; es y será siempre el que procurará el reparto equitativo de nuestros impuestos. Y todo esto no no se nos debe olvidar a nadie, porque es ese olvido el que permite que desde la actual política establecida se insista una y otra vez en que la culpa de todo está en la gestión de lo público, y en eso sí que tienen razón, en que la culpa está en la gestión, y ella es de responsabilidad única y exclusiva de la clase política que nos gobierna.

Ahora que la “teta” ya no da para más, porque ha sido estrujada y exprimida hasta la última gota, es cuando toca desmantelar la cosa pública para a ver si con ese cambio de rumbo siguen sacando tajada y mantienen su “status económico”. No importa que estemos rodeados  cada día de más pobreza y más desigualdad; no importa que los pobres sean cada vez más pobres y los ricos cada vez más ricos, la cosa es echar la culpa de todos los males a la ciudadanía porque “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”.

Los empleados y empleadas públicas son hombres y mujeres que un día decidieron optar por la vocación de servicio público, y para ello se prepararon su oposición como marca la Constitución y consiguieron su puesto de trabajo, en la inmensa mayoría de los casos en buena “lid”. Han sido y son los valedores y mantenedores del sostenimiento de lo público, del estado del bienestar, del reparto equitativo y justo de nuestros impuestos, de la sagrada obligación de gratuidad y universalidad en la enseñanza y sanidad. Hombres y mujeres que un día así lo decidieron, se prepararon y ejercen con vocación lo que así optaron.

No me sirve que ahora se les eche la culpa de casi todos los males de este mi País con un brutal acoso mediático y político, que se permitan decir que somos unos vagos, que leemos periódicos horas y horas en nuestros puestos de trabajo, que tomamos café por horas, que nuestra “productividad” no existe, o que nos dedicamos a “amargarles” la vida a los políticos que nos gestionan con nuestros informes de "tiquis miquis" que ponen en evidencia, en la mayoría de los casos, su total y absoluta incompetencia. La Ley es para todos, absolutamente para todos, y los empleados públicos son los valedores de su cumplimiento, y es ahí dónde radica el gran problema.

Nunca olvidaré una frase que uno de los muchos políticos que han pasado por mi administración pública dijo cuando democráticamente tomó posesión de su cargo: “no importa cuantos funcionarios estén, yo trabajaré con el personal y asesores que estime conveniente”… ¿cuanta verdad desprenden esas palabras?... porque los hombres y mujeres que trabajamos en lo público somos el “Pepito Grillo” de la clase política, la chinita en el zapato y la incomodidad permanente de lo mal que lo han hecho, salvo contadísimas excepciones, pero ahí estamos y ahí estaremos para seguir siendo su particular conciencia de que lo público es de todos y no de unos pocos, aunque lo intenten hasta la extenuación. Amén

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